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jueves, 10 de abril de 2014

Luis José y Tomás, una historia real




Relato del periodista
        Perdió la pierna en un accidente de moto. Pero no de moto así temerario y todo, sino de la manera más tonta, mientras flirteaba con una chica estacionado como un galán a la orilla de una acera. Un bicho de esos que aún se ven por ahí como "carros por puestos", un Ford Maverick duro e inmortal del que nunca se supo su dueño, lo rozó con tanta fuerza, que a mi amigo enamorado desde ese día le llaman "el mocho". 
    Asumió su pérdida con dureza. Incluso, se burlaba de ella, como si su espíritu se embalsamara de aquel humor eterno. Pero le molestaban las prótesis y más de una vez las dejaba en casa, en la maleta del carro, o ponía a los acompañantes en la incómoda tarea de llevárselas mientras avanzaba con muletas entre la muchedumbre. Un día, hastiado de comprar zapatos siempre por pares, circunstancia que había llenado su closet de ejemplares izquierdos nuevos e inservibles, decidió intentar con un aviso en la prensa: 
      "Solicito discapacitado de la pierna derecha, que calce 43. 
       Asunto: intercambiar calzado". 

     



       La cosa no fue fácil. No quiso poner "mocho" -aunque lo aceptaba con naturalidad- porque le parecía un término despectivo. Pero sobraban discapacitados, y no a todos les faltaba el pie derecho. Además, era dificultoso en este país de chaparros hallar alguno con la planta tan grande. Hasta que apareció Tomás, por teléfono, con un acento maracucho que se colaba por el hilo. "¿Que por dónde vivís vos? Ah ya sé. Yo paso por allá en la tarde. Sí, 43, pero el problema es que tengo los dedos gordos y no sé si me sirvan".
      Tomás se apareció con un cerro de zapatos derechos. Una bolsa negra de basura en el maletero del Malibú y dos cajas de cartón sobre los asientos traseros. Entre ambos los cargaron. Luis José estaba aterrorizado, cada ejemplar era más feo que el otro y había de todos los colores. Solo se quedó con los más "normalitos": un mocasín marrón, un deportivo blanco, un negro trenzado, una sandalia de cuero y una bota montañera. 


      El marabino sí se llevó todo lo de su nuevo socio. Llenó el carro hasta el techo y arrancó, más contento que niño comiendo chocolate, prometiendo volver para "ir de compras". Llegó el día y Luis José se sentía preocupado. El prefería el Sambil o la fría seguridad de un centro comercial, pero Tomás lo convenció de ir a La Candelaria. Aceptó, pero aquello fue una guerra. Imposible congeniar esos gustos. 
     Luis José jamás pondría su "ñame", gigante, ordinario, varonil, en algo, por ejemplo, de color amarillo. Mucho menos lo embutiría entre un pedazo de cuero patente vinotinto, con un lazo en forma de guindas colgando como diminutas borlas goajiras. Eso nunca. Primero muerto. Y el domingo de shopping terminó con una agria discusión entre comadres de voz atronadora y pelo en pecho, sobre tonos y gustos de calzado, que solo zanjaron ante la barra amigable de una tasca barata de la Caracas vieja. 
      Desde ese día Tomás y Luis José no fueron más a comprar zapatos. En eso los ayudó un talabartero árabe que conocieron en esa oportunidad y se ofreció a fabricarles solo uno, del modelo y color que quisieran, por un precio menor al que si compraban el par. "Vivezas de turcos", diría mi abuela. Ganó dos clientes de por vida a quienes les vendería igual los dos zapatos, izquierdo y derecho, un poco más caro que lo normal. 
    Desde ese domingo Tomás y Luis tampoco discuten, a no ser por vainas de deportes (magallanero y caraquista; madridista y culé) o de política (chavista y demócrata). Pero estas disputas jamás han pasado de alguna subida de tono, como cuando Luis le dijo a Tomás "chavista peorro" y el maracucho le respondió "mamarracho majunche", que para ellos, en términos de "violencia", sigue siendo lo mismo que "magallanero peorro" o "caraquista mamarracho", epítetos que siempre logran borrarse blandiendo un "viejo parra" o empuñando unas frías. 
     Ambos ya están viejos, con hijos y nietos, pero siguen odiando las prótesis, mandando a hacer los zapatos con el hijo del sirio de La Candelaria y sobre todo, siendo amigos, treinta años después, aunque sea para verse todos los martes a jugar dominó y brindar alegres por la dura vida.




Un comentario:

Lástima que no se les ocurrió, ellos tan venezolanos -dicen en el mundo que somos los mejores y los más ingeniosos- poner un negocio como ese que vi en FB:

C Vende Zapatos Pa Mocho


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