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viernes, 2 de agosto de 2013

A Villalón lo resolvieron con misas



 Periodista
  • A VILLALON LO RESOLVIERON CON MISAS
           
        Desde muy niño Armandito aprendió de su madre la tolerancia que le permitía rayar las paredes de su casa de la calle 28. Percatada de la sensibilidad temprana del ahijado, su madrina Ana Emilia Mauriello le regaló una caja de acuarelas y pinceles con las que el pequeño ilustró sus primeros murales. Villalón nació en Barquisimeto el 6 de julio de 1945. 
         En la escuela, las maestras también descubrieron una promesa del arte y lo pusieron a ilustrar periódicos y carteleras con sus ingeniosidades.
        Después estudió electricidad en la Técnica Industrial pero los circuitos no funcionaban para él y se fue a estudiar pintura en la Escuela de Artes Plásticas. Allí se consiguió con las enseñanzas de los maestros de la época entre ellos su gran guía, Ramón Díaz Lugo, quien lo condujo por las veredas del paisajismo, por donde empiezan los pintores. 
         Caballete y paleta por equipaje, se iba con sus amigos de entonces a los pueblos larenses de la montaña para reproducir en sus lienzos las tonalidades rurales.
        Fue el mismo Díaz Lugo, a quien siempre le agradece, quien lo estimuló a viajar a España para empezar desde el Museo del Prado a conocer a los grandes maestros, mirando de cerca sus obras y en compañía de su esposa Isabel Gómez se fue tras las huellas de Goya y Picasso.
       En la península ibérica sentía las añoranzas por su ciudad natal, la patrona y el valle del Turbio y así comenzó a recoger con nuevas técnicas los pajonales mecidos por la brisa a las orillas del río ceniciento y las procesiones de la Divina Pastora.
          Al regreso, llevó a su obra las variaciones de colores del valle según las horas hasta abrazar el crepúsculo y la devoción por la patrona a quien acompañó con su madre en las peregrinaciones que asombraron su niñez. 
        Un día el cura de la iglesia de Santa Rita le confesó tener allí un espacio para un mural de Villalón y persignándose le pidió por amor a Dios un presupuesto económico.
    _No se preocupe padre, lo pintaré con mucho gusto, respondió el artista mientras Isabel asentía con su sonrisa franca y limpia.
        Semanas después, el maestro develó su Espíritu Santo, representado por una paloma blanca emergiendo de unas nubes hacia el alma de los feligreses.
        Temeroso del costo del trabajo, el cura de nuevo se persignó para pedir la cuenta, deseando que los fondos de las limosnas alcanzaran para pagar al artista.
    _No es nada padre, al contrario, le agradezco la oportunidad de pintar esa imagen. Así le agradezco a Dios y la virgen por todo lo que me han dado, a mí y mi familia, dijo con humildad y sencillez el Maestro.
          El cura en su sorpresa agradeció el gesto y le prometió varias misas y darle siempre muchas bendiciones a él, su esposa e hijos y la nieta traviesa que ya ha pintado varios cuadros en busca de la herencia del abuelo.
       Feliz anda Villalón por este valle barquisimetano, sabiéndose querido y admirado por la gente y protegido por las bendiciones de Dios con las que el cura de Santa Rita le pagó el mural del Espíritu Santo que recibe a los fieles cuando van a su iglesia.



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